El desafío de los derechos humanos

Luis Enrique Hernández · Comisión de Denuncia de Cáritas La Rioja
El 10 de diciembre de 1948 se firmó en París la Declaración Universal de Derechos Humanos, adoptada por la tercera Asamblea General de las Naciones Unidas. Un broche final al esfuerzo por reconocer una condición de derechos inherentes a la persona cuyo debate venía suscitándose desde mucho tiempo atrás (la tradición cristiana de Europa siempre ha sido un referente). Un colofón de este proceso, alentado y urgido por los desastres producidos en la II Guerra Mundial y que pretendía ratificar con su firma un reconocimiento básico y universal del ser humano.

Hay un mínimo de dignidad de la persona que todo el mundo debería tener en cuenta y que es necesario respetar. Noble sueño el que parecía consolidarse en las Naciones Unidas pero del que ya hemos tenido ocasión de despertar en sucesivas ocasiones de forma brutal. Cuando uno mira al mundo, descubre que hemos fracasado.

La cultura del descarte de las personas que no responden a los parámetros que exige el sistema, la globalización de la indiferencia, que ha llevado a los DD.HH. a los márgenes de las prioridades de la sociedad. Este “mundo líquido”, que vamos creando, donde se desintegra la frontera de la dignidad humana, lo demuestra. Situaciones para comprobarlo tenemos diariamente a nuestro alcance: explotación laboral, desahucio de gente sin recursos, abandono de la protección de los más vulnerables, discriminación de la mujer, la falta de escrúpulos de los poderosos que roban a los humildes de la sociedad, el trato vejatorio a los inmigrantes sin papeles por el delito de haber nacido en un país pobre, y el escándalo de la ausencia de acogida a los refugiados que con riesgo de sus vidas están clamando ayuda a nuestras puertas. Todos ellos son botón de muestra de un amplio abanico de alteraciones de los derechos básicos de las personas.

En este “mundo líquido» que vamos creando se crea también una cultura del “derecho líquido». El asistencialismo, la limosna, la beneficencia, la filantropía… está sustituyendo a lo que a las personas les corresponde como derecho, por el mero hecho de ser personas. Ya no interesa como líder que dirija los pasos de nuestra sociedad el político justo, ético, bueno… buscamos al gestor que atienda mejor mi necesidad concreta.

Uno de los motivos que subyacen en el origen de este estrabismo social está en la mirada que dirigimos al otro. Entendemos a los demás como ciudadanos, clientes, usuarios, competidores, amenazas… pero no como personas, y mucho menos como hermanos, y esta referencia a la mirada es fundamental. Por algo en el lema de la Revolución Francesa la «fraternidad» se presentaba como controlador de la libertad y la igualdad ya que sin la perspectiva del otro como hermano la igualdad se devalúa en su versión más light: «la solidaridad» y la «libertad» se convierte en el derecho de hacer lo que uno quiera.

Hay un esfuerzo controlado de que esta alteración continua de los DD.HH. no se entienda como un menosprecio a la humanidad, por eso es necesario aderezarla de calificativos para que duela menos y la traguemos mejor. Los refugiados pueden ser una amenaza terrorista, los desahuciados han vivido por encima de sus posibilidades, los parados son unos vagos…

Los DD. HH. se están viendo atacados desde muy distintas corrientes culturales y de pensamiento. Algún autor norteamericano ha manifestado que los DD.HH son unas ficciones morales muy útiles, un discurso emotivo respaldado por las clases populares pero de difícil aplicación en la realidad. Por tanto, no podemos caer en el exceso de confianza. El discurso de los DD.HH no se puede dar por supuesto ni se puede atender parcialmente. Todos los DD.HH son igualmente exigibles y habrá que hacerlos realidad a través de tres rutas fundamentales de acción.

La ruta ética: en un momento en que los DD.HH. se equiparan al derecho de los animales y se pone en tela de juicio a las «casi personas» que cruzan el estrecho en pateras, es necesario fundamentar éticamente, con profundidad y rigor, la defensa de los derechos de las personas.

La ruta política: un discurso bien elaborado que se quede en eso y no se articule en la realidad, no es operativo, es insuficiente. Es necesario luchar para que los DD.HH. se recojan como ley (en esta línea caminaba la ILP de los APH). Y por otra parte ser conscientes que el cumplimiento de los DD.HH es labor diaria de cada persona que formamos la sociedad.

La movilización social: es necesario que el ciudadano sea consciente de lo que nos estamos jugando en el reconocimiento real de los DD.HH para construir una sociedad justa. No podemos quedarnos de brazos cruzados, es necesario movilizarnos para fomentar entre todos la conciencia de la existencia de esos derechos y para recordar a los políticos que deben propiciar ese enfoque en sus actuaciones.