El hambre en el mundo

José Antonio Valderrama · Comisión de Denuncia de Cáritas La Rioja
Estamos tan acostumbrados a oír hablar del hambre y ver sus consecuencias que ni sacude nuestras conciencias ni cuestiona nuestro estilo de vida. Que millones de personas estén pasando diariamente hambre debería interpelarnos y movilizarnos para eliminarla ya. Parece que por parte de los gobiernos no hay voluntad política de solucionarlo. En el 2015 tendrían que haberse conseguido los objetivos que en el 2002 se concretaron en lo que hoy conocemos como Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Ante la proximidad de esta fecha sin que se hayan alcanzado, el plazo se ha alargado al 2025.

No podemos ser insensibles ante la grave injusticia que supone que en el siglo XXI todavía haya millones de personas que no comen lo necesario. Cada día 840 millones de personas pasan hambre cuando en el mundo hay suficientes alimentos para todos, y se destruyen parte de ellos para mantener los precios, como consecuencia del modo de producción, comercialización y distribución que no tiene en cuenta las necesidades de los más pobres (el 90% del comercio mundial de cereales está controlado por cuatro multinacionales). Ante esta situación, no podemos ser insensibles. Tenemos que ser conscientes de esta realidad que nos llama a cambiar en lo personal, en lo social y en lo político y que, para erradicar el hambre, es necesario contemplar a la vez todos los Objetivos del Milenio (educación, sanidad, vivienda, desarrollo rural y promoción de la dignidad del trabajo y la igualdad de oportunidades).

Visto lo conseguido hasta ahora, la pregunta es: ¿De verdad querían entonces y queremos hoy erradicar la pobreza? Si de verdad queremos solucionar este problema, debemos preguntamos qué es el ser humano y qué supone reconocer su dignidad como persona. Es una cuestión de voluntad política, de prioridades y de humanidad. A todos, gobiernos, sociedad civil en sus organizaciones, a nosotros como personas se nos pide que participemos en la consecución de los objetivos, que exijamos a los gobiernos que de las declaraciones pasen a los hechos, denunciando que en el mundo hay suficiente dinero, recursos y tecnología para acabar con la pobreza.

El problema nos afecta a todos. Como ciudadanos de un mundo globalizado y responsables de él se nos llama a que nos impliquemos en la eliminación de la pobreza, defendiendo que la alimentación es un derecho del ser humano.
La Iglesia, desde la Confederación de Cáritas Internacional, ha lanzado, bajo el lema “Una sola familia, alimentos para todos”, una campaña mundial para conseguir la erradicación del hambre en el mundo en el 2025. La campaña cuenta con otras organizaciones católicas (Justicia y Paz, Manos Unidas, OMP, REDES, CONFER). Para ello propone acciones internacionales, con la elaboración de un anteproyecto marco de ley para promover el derecho a la alimentación para que las Caritas nacionales animen a sus respectivos gobiernos a asumirlo con acciones en cada nación que contemplen el tema de la pobreza en cada país, con el compromiso individual de contribuir a que todas las personas tengan lo suficiente para comer, cooperando en el desarrollo de los países que pasan hambre, exigiendo que los gobiernos corruptos dediquen los ingresos de esos países para educación, sanidad y programas de desarrollo agrícola, y denunciando los conflictos armados, causantes de hambrunas. Caritas internacional se une a otras organizaciones para eliminar el hambre y la pobreza, primer Objetivo de Desarrollo del Milenio.

En este contexto no debe extrañarnos el fenómeno de la inmigración, producida en parte por la pobreza y el hambre que genera. Tenemos que ver al inmigrante como una persona a la que hay que cuidar, viendo el fenómeno de la inmigración no como un problema de control de fronteras sino como una cuestión de ayuda al desarrollo de los países de los que proceden. Si en sus países de origen tuvieran lo necesario para vivir con dignidad, no emprenderían esos viajes que les puede ocasionar la muerte ni las mafias harían negocio con su desesperación y búsqueda de una vida digna a la que tienen derecho.

Las políticas de los países ricos tendrían que plantearse no para impedir que entren en el país sino para la búsqueda de soluciones para hacer que vivan en sus países de origen como seres humanos a los que no les falte el derecho básico a la alimentación, la educación, la sanidad… La inmigración está pidiendo que nos preguntemos qué es el ser humano, qué nos exige reconocer su dignidad y qué debemos hacer. Nos está pidiendo ser solidarios, que el extranjero no sea un extraño en nuestra vida.