La otra cara de la recuperación económica

Carmelo Juárez · Comisión de Denuncia de Cáritas La Rioja
Algunos de nosotros habremos tenido la oportunidad de viajar a países en desarrollo y seguramente habremos podido observar imágenes tan paradójicas como la de que una parte de la ciudad visitada cuente con una infraestructura propia de países muy desarrollados mientras que, al lado, las chabolas se agolpan en una maraña de pobreza y suciedad. Seguramente a la gran mayoría esos contrastes nos han escandalizado: “Unos tanto y otros tan poco”. Reflexionando sobre el hecho, hemos pensado que esa era una sociedad injusta, fruto de un mal reparto de la riqueza, germen de inseguridad y violencia en la que los más poderosos se rodearían de fuertes sistemas de seguridad. Seguramente estos pensamientos nos hicieran sentir incómodos y pensáramos que los poderes públicos deberían intervenir para reducir esas diferencias sociales y económicas.

Esas imágenes nos vienen a la mente al leer el Informe del Observatorio de la Realidad Social de Cáritas (2013) o el Informe sobre el Estado Social de la Nación de la Asociación de Gerentes y Directores en Servicios Sociales (2015) que nos dejan bien clara cuál es la situación actual en nuestro país. La tasa de pobreza ha ido creciendo a lo largo de los años de la crisis situándose a día de hoy según datos del INE en el 22% de la población, con un preocupante 30% entre los menores de 16 años. Además, la situación de pobreza se está haciendo cada vez más crónica.

El desempleo se eleva a 5,2 millones de personas en el segundo trimestre de este año, casi una cuarta parte de la población activa; casi la mitad de los desempleados llevan más de dos años en esa situación; la tasa de paro juvenil es del 50% aproximadamente; y más de la mitad de los desempleados no percibe ningún tipo de prestación. Además, a todos nos consta la creciente precariedad del nuevo empleo que se crea, que no se trata en general de empleo estable y que en la mayoría de las ocasiones es sólo temporal y de cada vez más corto horizonte.

Junto a esto nos dicen que “estamos saliendo de la crisis”. Si miramos a nuestro alrededor es difícil creerlo, aunque haya un poco más de alegría en el gasto y nos permitimos algunos lujos o simplemente tengamos menos miedo al futuro al afrontar nuestras decisiones de gasto. Pero ¿esto significa una mejoría real? Las frías cifras de las estadísticas parecen mostrarnos que sí. El Producto Interior Bruto indica que no decrecemos como en años anteriores y en 2015 está creciendo a un ritmo del 3% anual. Es difícil conciliar las señales de pobreza con el crecimiento económico lo que nos lleva a pensar en una creciente desigualdad económica en la sociedad española.

El Índice de Gini, que toma valores entre 0 y 1, mide la desigualdad de riqueza. Desde los años 80 su valor venía decreciendo hasta el inicio de la crisis, es decir cada vez la riqueza estaba más igualitariamente repartida. Sin embargo, con la crisis ese índice ha ido creciendo hasta el último dato disponible (2014) que se sitúa en 0,347. Este valor está por encima de la media tanto de la Unión Europea como de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). La conclusión es muy simple. Puede que estemos creciendo como sociedad en su conjunto, pero cada día lo hacemos más desigualmente.
En definitiva, la forma en que estamos saliendo de la crisis nos lleva a unas situaciones de desigualdad indeseables desde un punto de vista moral y de justicia social. Tenemos que escandalizarnos y actuar cuando leemos por ejemplo que “el sueldo medio de los directivos de las principales empresas españolas es 158 veces superior al de sus empleados”, en un momento en que tener un empleo no garantiza dejar de ser pobre.

A toda esta situación contribuyen además las políticas llevadas a cabo en los últimos años. Nuestro sistema fiscal es cada vez menos capaz de obtener ingresos debido al fraude, la evasión o la elusión de los impuestos pero también a su estructura basada en los impuestos sobre el consumo. También es muy regresivo, trata mejor a las rentas y a la riqueza de los más ricos y de las grandes empresas que a los asalariados y a las pymes y a los autónomos. Por otro lado, las políticas relacionadas con la austeridad han minado los apoyos de los más débiles por la reducción de las prestaciones públicas más relevantes en sanidad, educación y servicios sociales, además de impedir que el Estado realizara inversiones o actividades dinamizadoras de la economía. Perseverar en este tipo de políticas nos aboca a mantener el dilema de ser cada día una sociedad más rica con cada vez más pobres.

Desde un punto de vista de la moral cristiana entendemos que ese no es el camino de construcción de una sociedad más justa, por lo que cada uno de nosotros hemos de poner nuestro grano de arena, como trabajadores, empresarios, consumidores, ciudadanos…. para cambiar ese rumbo.