Trabajo y dignidad de la persona

Luis Enrique Hernández · Comisión de Denuncia de Cáritas La Rioja
Cuando aún resuenan los ecos de la reciente Jornada Mundial por el Trabajo Decente y la recogida de firmas en torno a la Iniciativa Legislativa Popular de apoyo a la Renta Básica, desde Cáritas queremos aportar nuestra reflexión, porque entendemos que el diseño que hagamos del futuro panorama laboral no supondrá un mero debate sobre derechos y deberes del empleo, sino un gran debate sobre la dignidad de la persona. El Papa Francisco decía recientemente a los dirigentes y obreros de las fábricas de acero de Terni: “Es necesario reafirmar que el trabajo es una realidad esencial para la sociedad, para las familias y para los individuos y que su principal valor es el bien de la persona, ya que la realiza como tal, con sus actitudes y sus capacidades intelectuales, creativas y manuales. De eso se deriva que el trabajo no tenga solo un fin económico y de beneficios, sino ante todo un fin que atañe al hombre y a su dignidad. ¡Y si no hay trabajo, esa dignidad está herida!”.

El trabajo es relación con la naturaleza y relación con los otros seres humanos. El trabajo nos permite crear comunidad y desarrollarnos como personas. Por eso, el paro es la manifestación más grave de la pérdida del sentido social de la actividad humana. Someter al paro a una persona es impedirle, en cierto modo, la posibilidad de construirse como tal.

El trabajo no puede ser considerado como una mercancía al servicio del enriquecimiento, de las ganancias, ni puede ser una actividad degradante para el ser humano. El trabajo no puede someter a la persona a situaciones de indignidad, con salarios de hambre, horarios inhumanos, deslocalizaciones en la mano de obra que buscan mayor rentabilidad, que le impiden al trabajador una relación familiar o social; en condiciones de esfuerzo físico que ponen en peligro la salud del trabajador. “Hay que subrayar también que la justicia de un sistema socio-económico y su justo funcionamiento merecen, en definitiva, ser valorados según el modo como se remunera justamente el trabajo humano dentro de dicho sistema (Laborem Excercens 19).

El trabajador es ante todo una persona, y no puede ser considerado como una mera pieza de una maquinaria de producción que cuando no me sirve, simplemente la sustituyo por otra que me brinde mejor servicio y más barato. El trabajador es un ser humano con raíces en la sociedad que habita, con familia, con capacidad creativa, con una dimensión humana muy superior a la mera condición de trabajador-productor, que se reduce a una mera herramienta. Por tanto, el trabajador debe ser considerado como “un todo” en el que además de tener en cuenta su capacidad creadora, constructiva y productiva es necesario reconocer y respetar su dimensión humana y sus necesidades como persona. Por lo que en virtud de esas necesidades básicas imprescindibles, se entiende que una “Renta Básica” responde, al menos, al desafío de garantizar la subsistencia material de las personas o familias sin empleo y que nadie llegue a estar por debajo del umbral de la pobreza; y permite la negociación de los trabajadores frente al poder asimétrico del empresario que vea en el despido una amenaza eficaz para conseguir exigencias laborales injustas o de explotación. “La obligación de prestar subsidio a favor de los desocupados y de las familias es una obligación que brota del principio fundamental del orden moral en este campo, esto es, del principio del uso común de los bienes, o para hablar de manera más sencilla, del derecho a la vida y a la subsistencia (Laborem Exercens 18).

El debate sobre la relación laboral que definimos para nuestra sociedad no es un mero debate técnico ni supone una reivindicación burguesa de intereses de una población acomodada. Define el modelo de sociedad que estamos construyendo entre todos pues conocemos la relación que existe entre el acceso a un empleo y el nivel de pobreza de las personas. En el ámbito mundial, más de doscientos millones de personas están desempleados; casi mil millones de mujeres y hombres trabajan pero sus ingresos no les permiten superar el umbral de la pobreza; y más de doscientos millones de niños/as se ven obligados a trabajar en condiciones infrahumanas y de explotación. En nuestro país, hemos llegado a tener 5’6 millones de parados, 1.3000.000 familias que no perciben ningún ingreso. Hoy, de hecho, se puede tener trabajo y ser pobre.

Pero hay líneas de acción que permitirían dar pasos hacia la superación de la actual situación hacia otro modelo de relación laboral y de justicia social. Entre otras, la creación de políticas que no busquen el empleo a cualquier precio sino la dignidad de la persona y que redistribuyan equitativamente el beneficio de la producción; poner límite al poder político de las empresas que imponen su voluntad en el mercado laboral; estimular y apoyar a las pequeñas y medianas empresas que son las que crean empleo de calidad y sostenible en nuestro país; controlar las fuentes de financiación para ponerlas al servicio de la sociedad; fomentar el trabajo cooperativo, de trabajo social; reivindicar un salario mínimo con el que poder vivir…Cualquier sistema social que considere al ser humano como una mera herramienta sin tener en cuenta su condición humana, como persona, estará impidiendo su propia construcción como sociedad: “El respeto de este vasto conjunto de los derechos del hombre, constituye la condición fundamental para la paz del mundo contemporáneo” (Laborem exercens 16).